APROXIMACIONES A MI PINTURA (ARTURO SIERRA) 2019

Desde chico, siempre observé el mundo como quién está de polizón en un planeta extraño, nunca me integré del todo aunque aprendí un lenguaje y ciertas conductas sociales. Hasta el día de hoy soy un solitario que observa y busca comprender la naturaleza oculta de las cosas.

De chico me maravillaba cuando por las noches veía el cielo estrellado, tan lejano, inaprensible y de un silencio tan absoluto.

Algo en mí quería integrarse a ese universo, sentía que era mi lugar, yo pertenecía ahí y sin embargo estaba atrapado en ésta finitud, en éste cuerpo, separado y solo.

Ese gran misterio del universo, de la vida misma, me impulsó desde chico a buscar el conocimiento, busqué en la filosofía, en las ciencias, en las enseñanzas esotéricas, en la alquimia, y hasta en una orden iniciática. Rechacé siempre cualquier dogma, pues pienso que toda “verdad” quieta e indiscutible es un freno a la expansión de la conciencia, y un límite mental que hay que trascender.

Una antigua enseñanza decía que si uno suma lo que conoce más lo que ignora, tiene la totalidad de lo que existe. En mi caso, la conciencia de mi propia ignorancia, el estar permanentemente frente al gran misterio de la vida y del universo, me provoca una cierta angustia existencial que ingenuamente pretendo conjurar pintando mis pequeños universos, mis pequeñas contemplaciones ante objetos cotidianos.

De chico, en algún documental escuché que los metales que existen en la tierra se formaron en el corazón de alguna antigua estrella ya extinta, esto me impactó profundamente pues cuando comía y utilizaba los cubiertos, era consciente de que ese tenedor y esa cuchara eran pedazos de estrellas ¡¡¡ Por fin podía tocar una estrella, era mágico, comer era un acto mágico que me ponía en contacto con lo universal.

Pintar los cubiertos y las galaxias es un intento por exorcizar, conjurar esa angustia de la que hablaba Erich Fromm en “El arte de amar”: La separatividad, pintándola, poniéndola fuera de mí, era una manera de sentirme unido.

Decía Roberto Juarros, en su “poesía vertical”: todo hombre tiene un costado que se abre al infinito; o como decía don Juan Mathus a Carlos Castaneda en sus enseñanzas: Todo lo que podemos nombrar y explicar, todo lo que conocemos se llama tonal; todo lo desconocido lo que no se puede nombrar, lo inefable se le llama nahual.

Vivir en San Juan ayuda a reforzar esa percepción metafísica de la realidad, pues predomina el vacío, el silencio, el horizonte es una línea lejana que separa la quietud desolada, yerma del desierto con la abismal negrura de un cielo poblado de astros, o cuando corre viento zonda el cielo se carga de un color espeso, pesado y sofocante, es como estar sumergido en algo pastoso y ceniciento.

En San Juan difícilmente llueve, la lluvia es un anhelo, un sueño. Tal vez por eso, la imaginación me juega una broma cuando ve un barco en una sandía o un mar en una charca.

Osvaldo Mastromauro dijo sobre mi obra que soy una especie de paleocristiano, tal vez eso de pintar objetos cotidianos, (un pez, una cuchara, una nube, una galaxia, una escalera) que para el común de la gente son sólo eso pero que para el iniciado son los símbolos que conducen a la divinidad, a la unión con el absoluto, son el alfa y el omega, el cordón umbilical que conectan al alma humana con los confines del infinito y la eternidad.

El misterio de los buzones

De niño, cuando mi madre me mandaba a echar una carta al buzón de la esquina y yo las introducía por esa ranura misteriosa, en mi ignorancia e imaginación de niño se tejían toda clases de misterios; puertas dimensionales y conexiones mágicas con otros lugares del mundo. ¿Cómo era posible que introduciendo un mensaje en esa ranura , apareciera en otro lugar del planeta y llegar a otras personas. Claro, hubiese sido fácil develar el misterio preguntando a mis padres cosa que no hice. Es así que de esas fantasías infantiles nacen esos espacios surgiendo por ranuras de buzón, y son como portales hacia “otros espacios”, que me permiten jugar con las ambigüedades con otros espacios y otras dimensiones posibles.

El mar en la siesta:
Cuando tenia siete u ocho años en los veranos de mi provincia hacia mucho calor. Mi padre insistía en que durmiésemos la siesta. Yo me escapaba de mi habitación por una ventana que conectaba con un lavadero, con su pileta rectangular de cemento, con sus dos surtidores de agua caliente y frio. Yo lo llenaba de agua y disponía de mi flota de barcos de plástico para jugar, unas latas vacías de sardinas y algunos corchos. Así pasaba las siestas mientras imaginaba que por esos surtidores llegaba El Mar directamente a mi casa, hasta imaginaba los peces viniendo por las cañerías.

Siempre esperaba que apareciera por el hueco del surtidor. Alguna botella de vidrio sumergida hacia las veces de submarino, en su interior colocaba soldaditos de plástico como tripulación.

Esa pileta para mi era El Mar y los surtidores me permitían ese acceso con un océano lejano.

La Nueva escuela sanjuanina de pintura
En el año 1982, ya cursando segundo año de la carrera de Artes Plasticas en la Facultad, comenzamos a ser compañeros de clases, con Eduardo Esquivel y Mario Pérez, empezamos una amistad y a reunirnos a preparar materias; en los siguientes años comenzamos a juntar mas, a pintar y charlar de Arte en un galpón de adobe, en el fondo de mi casa; fue una época muy fructífera, analizábamos a distintos artistas. En el año 1988 nos proponemos hacer nuestra primera muestra; ya habíamos conformado un grupo con una búsqueda en común (grupo de los tres). El objetivo de esa muestra era hacer una figuración al límite de la abstracción, incluyendo un lenguaje plástico muy expresivo y gestual. Salieron obras muy interesantes y con nombres muy extraños. En esa muestra fuimos patrocinados por Mozarteum San Juan con el apoyo de su Presidente Carlos Fagale y del Gobierno de la Provincia; fue nuestra primera Muestra como grupo (Con un invitado: Eduardo Cercós). Luego el Gobierno nos patrocinó con una Muestra en Buenos Aires con todos los gastos pagos, en una Sala de Galerias Pacífico donde hoy está la Galería del Abasto, también expusimos en Mendoza, Córdoba y varias Muestras en San Juan. Seguimos unos años mas juntándonos a pintar y nos hacíamos críticas entre nosotros (constructivas). Nos criticábamos lo que considerábamos fallas de composición, de paleta, de concepto plástico, de lenguaje, de zonas débiles, etc. Y asi fuimos puliendo cada uno su obra. También tomamos como búsqueda lo inherente a nuestra provincia, su luz, su paleta de tierras, sus días de sol y sus vientos zonda polvorientos, sus espacios tradicionales, costumbres, rituales, etc.

También fuimos influenciados por la transvanguardia italiana que nos ayudó a conceptualizar mejor los vacíos del espacio sanjuanino. De ahí en más cada uno tuvo su propio desarrollo, lenguaje y temática, aunque cabe decir que hubieron apropiaciones de temas de alguno respecto de otros.

En algún momento los críticos de buenos Aires se referían a nuestras obras como la “LA NUEVA ESCUELA SANJUANINA”, emparentada tanto con el realismo mágico americano como con la pintura costumbrista, y el surrealismo metafísico.

Los tres comenzamos a investigar el uso de la espátula como medio de aplicación del óleo, y ya no la abandonamos más, fue un gran desafío y dificultad pero nos aportó algo muy poco visto: carga matérica, texturas, sensorialidad táctil, fuerza expresiva y densidad del lenguaje.

En mi caso me influyó “La nueva novela latinoamericana” con autores como García Márquez, Rulfo, Arguedas, carlos Fuentes, Roberto Arlt, Borges, Cortázar, y mi fascinación y búsqueda del conocimiento ancestral precolombino a través de los once libros de Carlos Castaneda e innumerables libros de alquimia, cabalá, y las más diversas enseñanzas espirituales esotéricas con autores como Madame Blavasky, Gourdjief, Hermes Trismegisto entre muchos otros.

Arturo Sierra
Artista Plástico